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Algo de historia de los orígenes del Psicoanálisis en Mexico

Publicado por activado 23 Abril 2013

Algo de historia de los orígenes del Psicoanálisis en Mexico

Gregorio Lemercier y su monasterio

del psicoanálisis en Cuernavaca

LYA GUTIÉRREZ QUINTANILLA Marzo de 2013.

Con su frase: “Señor, perdona mis pecados como yo perdono los tuyos”, el nombre de Gregorio —nombre religioso de Joseph, Lemercier— dio la vuelta al mundo al anunciar a través del periódico francés Le Monde que durante 8 años convirtió el psicoanálisis en práctica cotidiana en el Monasterio de Santa María de la Resurrección, del cual él era el Prior.

Desde allí, se negó a acatar lo que en su momento consideró un dogma anticuado y defendió la práctica del psicoanálisis en la vida monástica por considerarlo benéfico para el alma. La controversia suscitada, desde el mismo momento de que salió al mundo la noticia, “culminó recientemente con la clausura del monasterio en que se psicoanalizaba a los monjes y el abandono de la vida monástica por Lemercier, quien ha fundado un centro psicoanalítico en un lugar próximo a Cuernavaca”, decía la nota publicada en la revista Life en Español, del 23 de octubre de 1967.

Entrevistado Dominique de Voghel Lemercier en su cubículo de la Unidad de Investigación y Posgrado del Instituto de Ciencias de la Educación en la UAEM —hombre de vida sencilla, aplicada a su trabajo como investigador universitario en lingüística y análisis del discurso, así como al hogar que formó aquí en esta ciudad, con su esposa, Cristina Gutiérrez Suárez, a la que conoció durante su primer viaje a Cuernavaca— asegura que su tío fue un ser admirable, “aunque como tío y monje, algo distante, pero era entendible. Mantuve una relación con él lo más estrecha que pude”.


—¿Cómo era el Padre Lemercier como ser humano?, pregunto.

Dominique, siempre con una dulce y perenne sonrisa a flor de piel e inconfundible acento belga, responde: “De enorme personalidad. Mi tío podía ser muy amable y cálido, pero también firme y preciso en sus indicaciones pues siempre estuvo acostumbrado a ser el jefe”.

“A los 22 años llegué a vivir con él —ya estaba fuera del Monasterio y casado con Graciela Rumayor—, fueron por mí al aeropuerto en su Renault 12. Por cierto, cuando les presenté a mi compañero de vuelo, mi tío ofreció llevarlo a su destino situado al otro lado de la ciudad, ya de ahí, tomamos rumbo a Cuernavaca. Entramos a su hermosa, elegante y sobria casa, rodeada de bosque, totalmente diseñada por el arquitecto y monje benedictino fray Gabriel Chávez de la Mora con el mismo estilo monacal del Monasterio. En nuestro primer desayuno a solas, con un yogurt Danone de mango, yo desconocía esa fruta, ahí en una conversación tío-sobrino, literalmente mi tío me leyó la cartilla. Me dijo: ‘Vas a estar tres meses en Cuernavaca: marzo, abril y mayo. Cuando estés en casa serás mi sobrino, pero en tu trabajo mi trato contigo será igual al de tus compañeros de Emaús, sin ningún tipo de concesión o privilegio. Y tendrás que aportar tu cuota mensual a Emaús’.

“Aguanté el golpe. Recuerdo que ante estas palabras, me sentí defraudado. Pensé: ‘Vengo de tan lejos y mi admirado tío me recibe con esta frialdad’, pero eran tantos mis deseos de conocerlo que me adapté. No sólo era el hermano de mi madre sino un personaje del que había leído yo en los principales diarios del mundo. En Francia en Le Monde, en Le Fígaro, en la Revista Paris Match; lo escuchábamos en Radio Europa 1. Fueron memorables las entrevistas que le hizo un sacerdote filósofo y académico, Marc Oraison, que originaron serios y sesudos debates, comentarios televisivos… siendo yo un poco mayor que adolescente, pero lo recuerdo bien. Así que al crecer y llegar a Cuernavaca con él a mis 22 años de edad, entré a trabajar al taller de escultura de Emaús, con soplete en mano. Ahí se hacían las últimas cenas, metal sobre madera y los soles. El hermano Juan Lucio era mi maestro.

“Me dicen que la sustitución de la vida monacal por los talleres de Emaús que abrió mi tío ya fuera del monasterio era la misma: rígida en sus horarios, trabajo comunitario, difícil para mí, pues yo venía de una familia muy burguesa y no me fue fácil entrar a ese mundo. Para él, adaptarse a su nueva situación fuera de la Iglesia también fue difícil, incluso a mí me sugirió que a mi regreso a Bélgica, sería conveniente que yo también entrara a psicoanálisis.

“Con mi tío viví tres etapas, la primera fue en Bélgica, cuando él acudía a la casa familiar en Bruselas, entonces todo se volvía fiesta. Mis padres ‘lo recibían en operación puertas abiertas’, para que todo familiar que quisiera verlo lo pudiera hacer. Ponían en la larga mesa tartas de frutas, arroz con leche, café; recuerdo que las tazas eran floreadas. A mí, de niño, me impresionaba su ojo de vidrio que le habían colocado cuando perdió la vista de uno de ellos y también verlo con su elegante hábito blanco de monje. Realmente no podría definir su carácter, porque como menor, sentía una barrera entre él y yo. Pero recuerdo su humorismo e ironía con los mayores, incluso bromeaba con ellos.

“En una de esas visitas que hizo a Bélgica, yo tendría 8, 10 años, acababa de morir en el Congo Belga, en África, mi padrino de bautizo de profesión militar y mi madre me sugirió pedirle a mi tío que él fuera mi padrino. Cuando lo hice, mi tío, generoso y de buen corazón, aceptó. Me regaló un carrito de juguete inglés en forma de grúa marca Bedford, todavía lo guardo. Sin embargo, cuando, ya fuera del monasterio, se casó con Graciela —que era guapísima— la familia se dividió. Fue difícil, pues los más tradicionales nunca aceptaron la boda; los demás, sí”.

“Su esposa Graciela Rumayor, cuando salían del ámbito de Cuernavaca y llegaban a la casa familiar de Bruselas, en Bélgica, resplandecía. Brillaba con luz propia, su francés estaba lleno de sol y bugambilias. En cambio, al regresar a Cuernavaca, se colocaba en un segundo plano, siempre a la sombra de su marido, aunque en su trato personal fueron muy amorosos y muy considerados uno con otro. A él le encantaba escucharla tocar piano —ella era concertista—. Mientras tocaba, mi tío permanecía con la vista del bosque frente a él y sus libros a la mano. Graciela, con su buen humor, era la nota alegre en la casa y en la vida de mi tío”.

Ubicado en Santa María Ahuacatitlán, al norte del municipio de Cuernavaca, el noviciado canónico benedictino que fundó Lemercier quedó inaugurado el 14 de agosto de 1950 y el 27 de octubre de 1959, con el apoyo del entonces obispo Sergio Méndez Arceo, se erigió en priorato conventual.


A continuación reproduzco parte de la investigación de la experta en el tema, Ana María Ashwell Mallorquín, la que con ayuda de Elena Urrutia —que le proporcionó durante 2 años una muy cuidadosa bibliografía— pudo elaborar un estudio muy completo, mismo que le fue publicado en la Revista Elementos de Ciencia y Cultura, del que a continuación cito fragmentos por falta de espacio, pues considero es de lo más importante que se ha escrito para entender los aportes de Gregorio Lemercier a la Iglesia. Aportes, que aunque incomprendidos en su tiempo, nunca como hoy son vigentes.

“En la tercera experiencia conventual de Lemercier en México (la primera fue en Guaymas, Sonora, la segunda en Monte Casino, Huitzilac, ambas fallidas) el benedictino dio un giro a la preparación de los postulantes. El monaquismo primitivo de la orden de San Benito (la orden europea más antigua) ya no garantizaba para Lemercier ni las distintas necesidades de la Iglesia ni inspiraba una espiritualidad moderna de los postulantes a su sacerdocio.

“Lemercier entendió que para algunos la vida monacal se había convertido en un refugio de aquellos que buscaron el monasterio para ponerse a salvo de los fracasos de la vida ordinaria con ‘rasgos neuróticos’, diría el mismo Lemercier usando un lenguaje psicoanalítico, por lo que se vio en la necesidad de orientar a los postulantes cada vez más e introdujo una nueva herramienta para purificar su fe: el psicoanálisis. Esto demostraría a los jóvenes hermanos la autenticidad de su vocación y también el camino de sanación o aceptación de sus ‘rasgos neuróticos’, antes de consagrarse como monjes.

“Probablemente influenciado en sus inicios por el pensador Erich Fromm, quien fue impulsor en sus comienzos de la Sociedad Mexicana de Psicoanálisis y por su mismo entorno morelense. En 1958 Lemercier comienza por enviar a dos monjes a terapias de psicoanálisis frommiano. Posteriormente, considera que estas terapias fracasan y lo atribuye a la orientación humanística de Fromm. Entonces busca la ayuda de analistas freudianos después de una experiencia alucinatoria que lo lleva a él mismo, en 1960, al sillón del psicoanalista Gustavo Quevedo, de orientación freudiana, y una vez que lo conoce lo invita a hacerse cargo del análisis de los monjes de Santa María, pues considera que sus problemas emocionales reforzaban y aumentaban la hipocresía que caracteriza el comportamiento religioso.

“Con el tiempo, Lemercier se convenció cada vez más radicalmente de algo que ninguna escuela psicoanalítica podía defender: que la terapia podía ‘resolver de manera definitiva los problemas’ de los candidatos al sacerdocio. ‘Problemas’ que él no pudo explicar cuando se vio obligado por el Vaticano a argumentar su decisión de introducir el psicoanálisis freudiano, porque eran, según les dijo, como las confesiones del orden privado.

“Lemercier pudo enumerar lo que el psicoanálisis había logrado en la vida y fe de los jóvenes aspirantes y monjes adultos analizados. Y lo que describió como logros tuvieron un extraño paralelo, casi exacto, con los milagros que realizó San Benito: salud del cuerpo, sentido de responsabilidad, desenvolvimiento del espíritu, purificación de la fe, esperanza de sanación y salvación y revelación”, hasta aquí parte de la información de Ashwell. A. Un monje que predicó el psicoanálisis: Gregorio Lemercier. Elementos, No. 88, Vol.19. octubre-diciembre 2012. Pág. 3.


Continúa De Voghel narrando: “Durante mi estancia en Cuernavaca, mis tíos me llevaron a Tlayacapan donde visitamos a Claudio Favier y a Paloma, su compañera. Fuimos también a Oaxaca y al Distrito Federal para que yo conociera algo más que esta ciudad. Ya para entonces el trato que me dispensaba mi tío comenzó a ser al de un sobrino. Un domingo, en la tienda de Emaús, llegó Cristina —quien dos años y medio después sería su esposa—, entonces muy jovencita y me enamoré perdidamente de ella; eso fue poco antes de regresarme a Bélgica en donde, sin que Cristina lo supiera, tomé la decisión de apenas pudiera regresar a casarme con ella a Cuernavaca y quedarme a radicar aquí. Al principio receloso acerca de nuestra relación, finalmente mi tío y Graciela estuvieron presentes en nuestra boda.

“Cuando nació Susana, nuestra primer hija, necesitaba yo mayor sueldo. Así que mi tío me ayudó dándome el cargo de gerente en Emaús; claro que no era ficticio porque era yo el responsable de las ventas, contar y surtir mercancía a Sanborns y otras tiendas. Necesitaba yo ese nombramiento para obtener mi forma migratoria F3. Poco después comencé a trabajar como secretario de Carlos de la Sierra, entonces y durante varios años, director del Instituto Regional de Bellas Artes en Cuernavaca. Ya para entonces no nos veíamos tanto como hubiéramos querido. Así pasó el tiempo.


“En el verano de 1987, recibimos un gran golpe que no vimos venir. Ya se sabía desde 1960 que mi tío había visto destellos en su ojo una o dos veces, pero nunca pensamos que fuera cáncer. De algo que parecía sobrenatural, de un de repente, se hizo presente su enfermedad de manera muy dolorosa. Acompañé a mis tíos al Hospital Español de la ciudad de México. Mi tío, con la noticia, se veía muy disminuido. Allá lo operaron y el diagnóstico fue reservado dentro de la gravedad. Tenía un tumor en el cerebro. Comenzó a tener problemas de afasia, confundía el francés con el español. Entonces me pidió que le ayudara con sus cartas que él dictaba. Y conforme avanzaba el mal tuve que interpretar lo que mi tío quería decir. Es curioso pero al parecer, esos viejos destellos ya indicaban el inicio de un cáncer que aguardó 27 años para manifestarse.

“Graciela recibió mal la noticia. Estaba destrozada. No esperaba su declive. Se comenzó a ensimismar mucho. Mi tío duró cinco meses solamente de cuando le fue diagnosticado el tumor, de julio a diciembre, cada día decayendo más y más. Antes de morir me pidió que vinieran de Bélgica sus hermanos. Llegaron León, Laure mi madre y Jacques, el hermano menor. Entraron a su recámara en penumbras. Ya no podía hablar, se despidió de ellos con la mirada. A los 15 minutos falleció. Tal pareciera que sólo los esperó para poder morir. Poco después llegó don Sergio Méndez Arceo a confortar a mi tía Graciela.

“La capilla del Monasterio se abrió para que ahí fueran sus servicios. Fue un momento único en el que se congregaron todos los ex postulantes, ex monjes y religiosos que habían convivido juntos en torno a Lemercier cuando era Prior, amigos de la pareja venidos tanto de la Ciudad de México como del mismo Cuernavaca y la familia de Graciela, sus hermanos. Todos reunidos con una confraternidad muy especial. Se incineraron sus restos y fueron colocados en la capilla del Monasterio detrás de una piedra. Días después, se colocó también junto a sus restos una escultura fúnebre de mi tío que lo dice todo: La figura representa a Lemercier con el rostro y ambos brazos alzados al cielo, como preguntando: ¿por qué?”, finaliza su sobrino, quien asegura que luego de las sanciones del Vaticano impuestas contra su tío, realmente no recuerda haberlo visto ir a misa.


“Lemercier —recordaría Ashwell Marroquín en la Revista Elementos, # 88 vol. 19 de 2012, pág. 3— fue el primero en impulsar en México la misa en español y de frente a la comunidad. Exigió también de los postulantes y monjes la vuelta a las lecturas de las fuentes canónicas evangélicas, sin mediación interpretativa oficial y los orientó a la lectura sobre el testamento evangelista de Jesús. ‘Solamente Cristo’, de principio a fin, permitió Lemercier que guiara las reflexiones religiosas en su monasterio.


Y el entonces obispo Méndez Arceo supo abrirles cauce tanto a Lemercier como a Iván Illich en la Diócesis de Cuernavaca cuando esos dos teólogos, considerados heréticos por la jerarquía, cuestionaron la autoridad canónica y el poder casi omnipotente, no de Dios ni de la Biblia, sino de la Iglesia Católica Apostólica y Romana”.

Trayectoria

Caso Marcial Masiel

Gregorio Lemercier, en 1959 y siguiendo una iniciativa de Méndez Arceo de 1956, solicitó, a través de una carta dirigida a Arcadio Larraona de la Congregación de Religiosos en el Vaticano, la intervención disciplinaria del Vaticano por los abusos de Marcial Masiel a menores. Éste fue sancionado en 2010, 50 años después.

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