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Psicoanálisis y Pedagogía. de S. Ferenczi, un texto de 1908.

Publicado por Sandor Ferenczi, activado 17 Enero 2015

Psicoanálisis y Pedagogía. de S. Ferenczi, un texto de 1908.

PSICOANALISIS Y PEDAGOGIA (1) (1908f).

Sandor Ferenczi

El estudio de las obras de Freud y los análisis efectuados personalmente pueden convencer a cualquiera de que una educación defectuosa no es sólo fuente de defectos caracterológicos, sino también de enfermedades, y de que la pedagogía actual constituye un auténtico caldo de cultivo para las neurosis más diversas.

Pero el análisis de nuestros enfermos nos conduce, a pesar nuestro, a revisar también nuestra propia personalidad y sus orígenes; estamos convencidos de que incluso la educación guiada por las más nobles intenciones y realizada en las mejores condiciones –fundada sobre principios erróneos aún en vigor– ha influenciado nocivamente y de múltiples maneras el desarrollo natural: si, a pesar de todo, conservamos la salud, lo debemos seguramente a nuestra constitución psíquica más robusta y resistente de lo normal. De todas formas, aunque no hayamos enfermado, muchos sufrimientos psíquicos inútiles pueden ser atribuidos a principios educativos impropios; y bajo el efecto de la misma acción, la personalidad de algunos de nosotros ha resultado incapaz de disfrutar sin inhibición de los placeres naturales de la vida.

Espontáneamente surge aquí la cuestión: ¿cuál será el medio terapéutico y profiláctico contra estos males? ¿Qué enseñanzas prácticas pueden extraer la pedagogía de las observaciones hechas por la investigación psicoanalítica?.

Tal cuestión no es un problema de ciencia abstracta. La pedagogía es para la psicología lo que la jardinería para la botánica. Pero si recordamos cómo Freud, partiendo de un problema práctico limitado –de neuropatología-, ha llegado a una perspectiva psicológica de una envergadura absolutamente inesperada, podemos permitirnos una excursión sobre el césped de los jardines de infancia no sin cierta esperanza heurística.

Señalo desde ahora que considero este problema insoluble para un hombre solo, y menos aún en el marco de una sola conferencia. Necesitamos aquí la colaboración de todos; por mi parte me limitaré hoy a señalar los problemas que se plantean en conjunto y a establecer el estado actual de la cuestión.

El único regulador del funcionamiento psíquico del recién nacido es su tendencia a evitar el dolor, es decir, las excitaciones, tendencia denominada “Unlustprinzip” (principio del desagrado). Más adelante este principio sucumbe bajo el dominio de la autodisciplina inculcada por la educación; sin embargo, la tendencia a evitar el dolor continúa manifestándose en todo momento en el psiquismo del adulto civilizado, aunque sea de forma sublimada; el hombre se esfuerza a pesar de todo, y en contradicción con todas las enseñanzas de la moral, en obtener la mayor satisfacción con el menor esfuerzo.

Sin embargo, la pedagogía actual contradice a menudo este principio tan atinado y, por decirlo así, evidente. Uno de sus más graves errores es el rechazo de las emociones y de las representaciones. Podríamos afirmar incluso que cultiva la negación de las emociones y de las ideas.

El principio es difícil de definir. Se parece mucho a la mentira. Pero mientras que los mentirosos y los hipócritas ocultas las cosas a los demás o les muestran emociones e ideas inexistentes, la pedagogía obliga al niño a mentirse a sí mismo, a negar lo que sabe y lo que piensa.

Los sentimientos y las ideas rechazadas de este modo, inmersas en el inconsciente, no quedan suprimidos sin embargo; a lo largo del proceso educativo se multiplican, crecen, y se aglomeran en una especie de personalidad distinta escondida en las profundidades del ser, cuyos objetivos, deseos y fantasías están en general en contradicción absoluta con los objetivos y las ideas conscientes.

Podría considerarse este sistema plenamente satisfactorio porque presta una relativa espontaneidad a las ideas justas, orientadas socialmente, sepultando en el inconsciente las tendencias claramente egoístas, anti o asociales, que de esta manera pierden su malicia. El psicoanálisis muestra, sin embargo, que este modo de neutralización de las tendencias asociales no es ni eficaz ni rentable. Para mantener las tendencias latentes rechazadas y ocultas en el inconsciente, es preciso construir poderosos organismos defensivos, de funcionamiento automático, cuya actividad consuma muchísima energía psíquica.

Los reglamentos de defensa e intimidación de la educación moral basada en el rechazo de las ideas pueden compararse a la sugestiones alucinatorias negativas post-hipnóticas; pues, del mismo modo que podemos conseguir que el individuo hipnotizado, al despertar, cese de percibir las sensaciones ópticas, acústicas y táctiles, o parte de ellas, así mismo se educa hoy a la humanidad en una ceguera introspectiva. Pero el hombre educado de este modo, como el hipnotizado, pierde mucha energía psíquica en la parte consciente de su personalidad y mutila considerablemente la capacidad de funcionamiento de ésta; por una parte, mantiene en su inconsciente una personalidad diferente, verdadero parásito, que con su egoísmo y su tendencia a satisfacer sus deseos a cualquier precio, es como la sombra, el negativo de todo lo bello y lo bueno de que se jacta la conciencia superior; por otra, la conciencia no puede evitar el reconocer y percibir los instintos asociales ocultos tras todo lo bueno más que emparedándolos tras los dogmas morales, religiosos y sociales, malgastando sus mejores fuerzas en mantener tales dogmas. Las fortalezas a que aludimos son, por ejemplo: el sentido del deber, la honestidad, el pudor, el respeto a las leyes y a las autoridades, etc., etc., es decir, todas las nociones morales que nos impulsan a tomar en consideración los derechos de los demás y a reprimir nuestros deseos de poder y de placer, es decir, nuestro egoísmo.

Pero, por otro lado, ¿qué desventajas tiene tan costosa organización? Ya he expuesto en otra parte cómo este nuevo método de búsqueda psicológica individual en que consiste el psicoanálisis ha permitido demostrar que los síntomas de las afecciones llamadas psiconeuróticas (histeria, neurosis obsesiva) son siempre las manifestaciones, las proyecciones desplazadas, deformadas, por así decir simbólicas, de las tendencias libidinosas involuntarias o inconscientes, y fundamentalmente de la libido sexual. Si se tiene en cuenta el elevado número, siempre en aumento, de personas afectadas por estas enfermedades, parece oportuno proponer, aunque sólo sea con fines profilácticos, una reforma pedagógica que permita evitar el funcionamiento de un mecanismo psíquico tan nocivo a menudo: el rechazo de las ideas.

Por otro lado, aunque la tendencia al rechazo de ideas y emociones no afectase más que a quienes están predispuestos, respetando las constituciones más robustas, convendría reflexionar seriamente sobre si es lícito, en provecho del sector más débil y en consecuencia menos valioso de la humanidad, quebrantar las sólidas bases de las principales organizaciones culturales de los humanos en su conjunto.

Sin embargo, la experiencia prueba que el rechazo afecta también al curso vital del hombre considerado normal. La inquieta solicitud con la que vigila la censura las representaciones de deseos inconscientes no se limita por lo general a ellos, sino que se extiende también a las actividades conscientes del psiquismo, haciendo a la mayoría de las personas inquietas, apocadas, incapaces de reflexión personal y esclavas de la autoridad. La adhesión desesperada a las supersticiones y a las ceremonias religiosas vacías de sentido y desprovistas de contenido, el temor exagerado a la muerte y las tendencias hipocondríacas de la humanidad, no son sino los estados neuróticos del psiquismo popular, síntomas histéricos, formaciones obsesivas y actos obsesivos al nivel de la psicología de las masas, determinados por complejos de representaciones soterrados en la conciencia, muy parecidos a los síntomas de los enfermos verdaderos.

A la anestesia de las mujeres histéricas y a la impotencia de los hombres neuróticos corresponde la curiosa tendencia de la sociedad al ascetismo, esencialmente opuesto a la naturaleza (abstinencia, vegetarianismo, antialcoholismo, etc.). Y lo mismo que el psiconeurótico trata de desconocer su propia perversión mediante recursos exagerados, reacciona frente a los pensamientos considerados impuros con una limpieza patológica, y frente a las representaciones libidinosas que le agitan con una “honestidad” excesiva, del mismo modo la máscara de respetabilidad que presentan los jueces morales inflexibles de la sociedad, encubre, sin que lo sepan, todos los pensamientos y tendencias egoístas que condenan en los demás. Su rigor les ahorra la obligación de reconocer tal estado de cosas y al mismo tiempo les proporciona un escape para uno de sus deseos inconscientes ocultos, la agresividad.

Esto no es un reproche; ellos pertenecen a la flor y nata de nuestra sociedad; es simplemente un ejemplo para mostrar que la educación moral basada en el rechazo produce en toda persona sana un cierto grado de neurosis y origina las condiciones sociales hoy en vigor, donde el santo y seña del patriotismo encubre con toda claridad intereses egoístas, donde bajo el estandarte del bienestar social de la humanidad se propaga al aplastamiento tiránico de la voluntad individual, donde se busca en la religión o bien un remedio contra el miedo a la muerta –orientación egoísta– o bien un modo lícito de intolerancia mutua; en cuanto al plano sexual: nadie desea oír hablar de lo que cada cual hace. La neurosis y el egoísmo hipócrita son, pues, el resultado de una educación fundada sobre dogmas y que olvida la auténtica psicología del hombre; y en cuanto a lo último, no es el egoísmo lo que hay que condenar, porque sin él no existiría ningún ser vivo, sino la hipocresía, que constituye uno de los síntomas más característicos de la histeria del hombre civilizado contemporáneo.

Los hay que reconocen la realidad de estos hechos, pero tiemblan ante la idea de lo que será de la civilización humana si se acaban, sin remedio ni explicación, los principios dogmáticos con los que velar por la educación y la existencia toda de los hombres, ¿No van a destruir los instintos egoístas liberados de sus cadenas, la obra milenaria de la civilización humana? ¿Se podrá reemplazar el imperativo categórico de la moral por otra cosa?.

La psicología nos ha enseñado que ello es perfectamente posible. Si, una vez terminado el tratamiento psicoanalítico, el enfermo, hasta entonces con grave neurosis, reconoce claramente sus tendencias a la satisfacción de los deseos contrarios a las concepciones inconscientes de su psiquismo o a sus convicciones morales conscientes, se produce la desaparición de los síntomas. Y también se produce si, a consecuencia de obstáculos insuperables, el deseo, cuya manifestación simbólica es el síntoma psiconeurótico, no puede ser satisfecho ulteriormente. El análisis psicológico no conduce al reino desenfrenado de los instintos egoístas, inconscientes y a veces incompatibles con los intereses del individuo, sino a la ruptura con los prejuicios que dificultan el conocimiento propio, a la comprensión de los motivos hasta entonces inconscientes y a la posibilidad de un control de los impulsos que se han convertido en conscientes.

“El rechazo de las ideas es reemplazado por el juicio consciente”, dice Freud. Las condiciones externas y el modo de vida apenas deben cambiar.

El hombre que realmente se conoce, a pesar de la exaltación que tal conciencia le procura, se hace más modesto. Es indulgente con los defectos de los demás y está dispuesto a perdonar; incluso si nos referimos al principio de que “tout comprendre c'est tout perdonner”, él sólo aspira a comprender, porque no se siente cualificado para perdonar. Analiza los móviles de sus emociones y las impide desarrollarse hasta convertirse en pasiones. Contempla con cierto sereno humor cómo los diversos grupos humanos basculan según diferentes consignas, y en sus actos no le guía la “moral” proclamada a voces, sino una lúcida eficacia; esto es lo que le incita también a dominar aquellos deseos cuya satisfacción menoscabaría los derechos de los demás (y que, a causa de las revanchas provocadas, se convertirían en dañinos para él mismo), y a vigilarlos atentamente sin negar su existencia.

Si anteriormente he confirmado que toda la sociedad es neurótica, no ha sido para establecer una vaga analogía o una comparación. Tengo la firme convicción de que el remedio para esta enfermedad de la sociedad radica en la exploración de la personalidad verdadera y completa del individuo, en particular del laboratorio de la vida psíquica inconsciente que no es del todo inaccesible hoy; y como medio preventivo, una pedagogía fundada, es decir, por fundar, sobre la comprensión, la eficacia, y no sobre los dogmas.

1.- Conferencia pronunciada en el Congreso de Psicoanalista de Salzburgo en 1908, “Gyógyàszat”, 1908.

(Sándor Ferenczi. Obras Completas, Psicoanálisis Tomo I, cap. I V. “Psicoanálisis y Pedagogía”. Ed. Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1981)

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