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Reseña sobre "el papel de la psicología"

Publicado en 23 Marzo 2013

Reseña sobre "el papel de la psicología"

Antipsychologicum. El papel de la psicología académica: de mito científico a mercenaria del sistema

(Reseña de texto)

José Luis Romero Cuadra y Rafael Álvaro Vázquez. (coords.) VIRUS, 2006, Barcelona

Roberto Rodríguez López

Hace ahora siete años, concretamente en octubre de 2000, tuvieron lugar en la facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid unas jornadas sobre “El papel de la psicología académica” de cuya organización se ocuparon los coordinadores de la edición del libro que aquí se reseña.

Un número amplio de las conferencias que en tales jornadas se dieron pretendían constituirse como respuesta a la realidad de una enseñanza psicológica en la que, en palabras de estos organizadores, “apenas tiene lugar el menor cuestionamiento de tan crucial como desafortunado papel manipulador u opresor” de los diferentes ámbitos en los cuales esta disciplina toma cuerpo. Al mismo tiempo se buscaba dar palabra a una profusión de óptimas diversas desde las que es factible articular ese cajón de sastre que recibe el nombre de técnicas “psi” y que, en su mayoría, se habían visto excluidas de los espacios académicos ante la apabullante preponderancia en nuestro país del conductual-cognitivismo.

Este doble objetivo de cuestionamiento y apertura de los márgenes de la psicología será también el que seguirán, recogiendo multitud de esas conferencias, dos obras como son “Antipsychologicum. El papel de la psicología académica: de mito científico a mercenaria del sistema” (Ed. Virus, 2006) y “Psicópolis. Paradigmas actuales y alternativos en la psicología contemporánea” (Ed. Kairós, 2005).

Esta última estará principalmente orientada a expresar esa pluralidad posible, y manifiesta, de la mirada teórica y terapéutica “psi”. Tendremos en sus páginas contenidos dedicados a aportaciones tan presumiblemente alejadas como puede ser la psicohistoria y la psicología budista o la terapia gestalt y el esquizoanálisis, tomando como aspecto aglutinador el desprecio que la formación académica ha hecho de tales líneas de investigación y trabajo.

En “Antipsychologicum” encontraremos, complementariamente, análisis en su mayoría centrados en los aspectos coactivos asociados a las instituciones y discursos psicológicos a lo largo de su recorrido histórico así como en sus prácticas actuales. Lo amplio del tema tratado permite aglutinar en el libro capítulos de muy diversa índole y, por ejemplo, podemos pasar de un texto de Josep Alfons Arnau “Jau” sobre las relaciones entre menores de edad y salud mental (centrado en la farmacologización de la hiperactividad infantil, los factores que intervienen en la decisión de tener hijos y la denuncia del funcionamiento de los hospicios en España), al capítulo de Agustín García Calvo en donde se muestra a la psicología como una parte de la Ciencia de la Realidad, aquella que dio lugar al invento de la Persona.

Del mismo modo podemos ir de la exploración histórica elaborada por Silvia García en torno a las confluencias entre la psicología y el feminismo (con especial hincapié en el papel de aquella en los procesos de normalización en materia de sexo y género) al capítulo del Grupo “Versus” donde se presenta una problematización de las herramientas psicosocioterapéuticas que procura estar en lo posible alejada de los marcos de comprensión institucionales y, con ello, de su carácter totalizador y coercitivo.

Dentro de la variedad de propuestas que constituyen esta obra plural hay ciertas cuestiones de carácter metodológico que permiten su integración en una dinámica común y cuyo punto de partida pasa por la evidencia compartida de la necesidad de desmitificar la estructura conceptual que funciona como base identitaria para la disciplina psicológica.

Se tratará de abordar determinados fundamentos que aparecen habitualmente indiscutidos (o incluso indiscutibles) ante el aparente consenso actual respecto del carácter acumulativo del conocimiento científico. Indagar así tras la narración oficial según la cual la teoría psicológica vigente es el resultado último y más avanzado de una lógica de saber lineal siempre creciente y la puesta en práctica de tales principios no sería sino una aplicación técnica rigurosa cuyo espectro de actuación discurrirá al margen de los campos económico y político.

Son numerosos los capítulos que examinan crítica e historiográficamente estos supuestos. Por ejemplo, Fernando Alvarez-Uría accede a los diferentes puntos históricos de encuentro y desencuentro entre las disciplinas psicológica y sociológica. Se plantea que ambas “nacen gracias al desencantamiento del mundo” que está en marcha ya desde el siglo XVI, lo que hará viable siglos después el surgimiento de sus respectivos objetos de estudio, “individuo” y “sociedad”, entidades impensables en el contexto medieval.

Estos objetos construidos permitirán conceptualizar al conjunto social como una “sociedad de los individuos” y esta imagen será utilizada por los intereses políticos liberales posteriormente, en el siglo XIX. La apuesta de Alvarez-Uria pasa por el acercamiento actual entre las dos ramas del conocimiento comentadas con el fin de poder configurar una necesaria oposición a la concepción individualista de la subjetividad que la psicología ha posibilitado y que se plantea hoy como especialmente reinante.

Una perspectiva historiográfica similar será también la utilizada por Óscar Daza para señalar en su artículo cómo el conocimiento psicológico renunció en sus iniciales intentos de sistematización, allá por la segunda mitad del XIX, a exploraciones ontológicas de profundidad para favorecer preferentemente su funcionamiento social proclive al control poblacional. Desde la comprensión de ese camino tomado se acercará el texto a la situación presente de la psicología entendiendo ésta como la parte más directamente palpable de un discurrir que ha sido indisociable del desarrollo de las diferentes técnicas de control social.

La tutorización moral será hoy la fórmula dominantemente ofrecida por este campo (y a él demandada) con vistas a manejarse dentro de la salvaje rapiña de identidades que caracteriza la realidad actual. Una línea de investigación similar es la que actualmente llevan a cabo en Inglaterra autores como Nikolas Rose respecto del incremento de las prácticas y teorías psicológicas en Europa y EEUU (a partir principalmente de finales del siglo XIX) y su relación con las transformaciones en el ejercicio del poder político en las democracias liberales contemporáneas.

La manifiesta imbricación en lo político de la esfera psicológica conlleva una aproximación al papel actual ocupado por el psicólogo en la sociedad desde una lógica más compleja que la que recurre a lo estrictamente sanitario. Lo que podemos extraer del libro es que éste se muestra hoy como un mentor que debe instruir en las maneras adecuadas de vivir o, también, como el recurso último de afectividad dentro de unos contextos masificados, egoístas y en constante cambio.

El artículo de Guillermo Rendueles nos hablará entonces de la figura del “burócrata sin autoestima que repite rituales terapéuticos en los que no confía” y del proceso a través del cual los psicólogos acaban encajando en ella. Los estudiantes que han decidido hacer de la psicoterapia su profesión tomarán necesariamente un camino en el que se verán de frente, una vez terminada la universidad, ante una promiscuidad de escuelas y técnicas con no pocas diferencias y contradicciones entre ellas.

Ante este desbarajuste ocupacional lo que en verdad se demandará de ellos es una adscripción confesional respecto de alguna de tales escuelas y no tanto un presumible perfeccionamiento científico del oficio. Su quehacer no será tanto el del concienzudo aplicador de un proceso verificado sino más bien el del discípulo que se bautiza con padrino. De este modo “los sistemas de terapia no se ofrecen como verdad, sino como metáforas reorganizadoras de experiencias que tienen el mismo valor de guía vital, de mito, que las curas primitivas”.

De nuevo aparece aquí la faz ideológica de un procedimiento que se suponía estrictamente técnico. El capítulo de Agustín García Calvo profundizará en este desvelamiento de los aspectos ideológicos de la psicoterapia al ampliar el análisis a las construcciones propias de la “jerga” filosófica y científica. En él se habla de cómo el Saber produce ideas substantivadas a través de teorías configuradas por entidades estáticas, muertas, que suponen directamente una oposición sobre todo lo que de común y vivo hay en nuestro lenguaje.

Cuando hablamos, por ejemplo, de “el yo” no podemos sino estar participando en el engaño por medio del cual los ideales, a través de la significación de las palabras, se constituyen en nuestra realidad. Se disfraza así aquello que en verdad no tiene nombre y que, por eso mismo, no permite ser referido más que mintiéndolo.

El texto nos llevará entonces a la necesaria “disolución del alma, es decir, con el término más moderno, disolución del yo, descubrimiento de la falsedad de la persona”. Esto es, un acto de sospecha y derribo continuo del principal invento de la Ciencia psicológica que no es otra cosa que “el alma, o la personalidad o (...) los propósitos humanos”, formas diferentes de referirnos a una interioridad individualizada cuya génesis tiene lugar en la historia y en íntima relación con las dinámicas y mecanismos del poder. Remitir a Foucault, en esta cuestión, es ineludible.

Por otro lado, encontramos también en el capítulo de García Calvo una oposición entre “ciencia” y “acción”. Parece condición de aquella pretender “que el futuro se sepa, es decir, que se asegure que no va a pasar nada que no sea lo que ya se sabe” y, desde el momento en que ya se sabe lo que pasa (y, así, lo que va a pasar), no quedará nada en verdad nuevo por hacer. Se entronca de este modo la comentada disolución del individuo con las apelaciones a una postura activa frente al estatismo que caracteriza al Saber.

Esta oposición, compleja de más como para desarrollarla aquí, la rescatamos como útil para entender el contexto en el que surge “Antipsychologicum” pues son numerosos los firmantes de sus capítulos que de una u otra forma han venido participando a lo largo de estos años en colectivos (Dipsidencia, Esquicie, el boletín “El rayo que no cesa”, Versus, etc) que hemos visto surgir en los límites de la psicología académica española. Agrupaciones que partían de una voluntad de articular sus razonamientos críticos dentro de otro tipo de acciones de cariz político.

Una “política” a la que se apela aquí en su sentido pre-estatal y que asoma ya desde el momento en que se intenta pensar más allá de la dominación (Jorge Alemán). Estos grupos pudieron organizarse a través de una común “Red de iniciativas críticas en salud mental” y celebrar principalmente, pero no sólo, jornadas y charlas que tuvieron lugar en ciudades como Barcelona, Madrid o Granada. Un trabajo continuo dentro de estos colectivos derivaba de la coherente postura según la cual sus propias prácticas, discursivas y no discursivas, no podían sino estar del todo abiertas al cuestionamiento. Aspecto que complicaba aún más la tarea de aquellos que se planteaban actuar desde el vacío dejado por el desprendimiento del armazón teórico institucional.

En relación a tal reflexividad cabe tomar el capítulo de Ángel Gordo. En él se dirige la atención hacia los recorridos de la psicología crítica en uno de los países de referencia obligada en lo que a ésta se refiere: Inglaterra. Lo que hoy podemos ver allí es la asimilación de gran parte de las posiciones de carácter subversivo, las cuales han sido significativamente incorporadas en las universidades principalmente como “innovaciones metodológicas o meras técnicas de investigación cualitativa”.

La institucionalización conllevó el abandono de muchas de las actividades de protesta en lugares generalmente considerados fuera del campo de lo psicológico, las cuales permitían acercarse más íntimamente a las implicaciones de éste en lo social. El capítulo es una reflexión necesaria sobre los instrumentos a utilizar en formas de actuación que permitan superar los discursos críticamente correctos pues, como hemos ido viendo a lo largo de estos años, ha sido ésta una fuente de importantes discrepancias dentro de aquella “red de iniciativas críticas” en nuestro país.

En fin, todo esto se plantea hoy en un momento en el que se está produciendo el permanente acoso y aviso de derribo de las posturas sociocríticas dentro de las facultades de psicología españolas por parte de la corriente fisiologizante y laboriatorial. Estas reestructuraciones académicas podrían tener lugar amparadas en la reivindicación de los cambios planteados en el proceso de adecuación al marco europeo de las instituciones de enseñanza superior cuyas directrices principales han sido establecidas a través del llamado “Plan Bolonia”.

Lo que hace especialmente relevante la situación actual es la confluencia de estos procesos de cambio de la formación universitaria con la importante transformación legal que está teniendo lugar en el ámbito de la salud mental tras la aparición en el año 2003 de la Ley de Ordenación de las Profesiones Sanitarias (LOPS) y con la cual se ha puesto en entredicho la caracterización de “sanitario” para el oficio psicológico.

En estas circunstancias queda patente la necesidad del siempre renovado intento de los autores de esta obra colectiva por pensar la psicología desde sus raíces y de poner y proponer, a partir de ahí, coherentes líneas de acción. Aunque debemos precisar que no todos los capítulos del libro están orientados por igual y junto a la profundidad crítica de alguno de los análisis no resultará extraño encontrarnos también con iniciativas de eminente cariz “ciudadanista”, especialmente en lo que a su ideal pedagógico se refiere, y que tan cerca se encuentran ya del discurso dominante.

Lo que parece claro es que el saneamiento de los espacios que hoy ocupa la psicología pasará de forma inevitable por un afrontamiento definitivo en ésta de su pérdida de inocencia que permita una apertura reflexiva a la posibilidad de hurgarse en el destapamiento y la conflictualización de sus propios fundamentos teórico-prácticos. Esto supone aceptar la imposibilidad de disociar la disciplina de los cambios económicos, políticos y sociales dentro de los cuales tiene lugar su propia mutabilidad y, en este sentido, se podrá entender también su importancia en la disposición y aceptación general de la organización social vigente.

Este camino exploratorio nos muestra finalmente un modo de operar de la psicología que le ha permitido alcanzar sus mayores y más sutiles logros al haber traspasado ya las fronteras de su propia práctica estrictamente académica y profesional. La manifestación más descarnada hoy del proceso de ampliación de las redes de lo psicológico no se encontrará principalmente en el aula, los textos o la consulta sino en una más intrincada y extendida “cultura psicológica” a ellos indisociable. Ésta tiene su eje central en ese Individuo que ha sido presentado como estructura íntima, permanente y estable.

Tal configuración se articula en la forma de una substancia atemporal que será constante en la vida de cada uno pero que posibilitará, al mismo tiempo, ser recubierta de los más dispares ropajes y apariencias. Identidades levantadas al son de los empeños de realización de una personalidad propia y especial o de las demandas que aquí o allá las más variantes necesidades del capital proclaman.

Y es que, en última instancia, este constructo del que hablamos es una máscara hueca que permite sobre ella, como agujero que es, una infinidad de fabricaciones y variaciones con los tiempos. Esta insaciabilidad del yo permite a su alrededor toda una variopinta red que da cobertura al mercado de los bienes psicológicos, amalgama de expertos y profetas cuyas promesas se orientan hacia la persecución y conquista del tesoro exclusivo que cada uno parece llevar dentro. Ha sido este un proceso de cuya genealogía se han ocupado de mostrarnos en diferentes ocasiones Femando Álvarez-Uría y Julia Varela.

Este dominio de la búsqueda interior nos permite apreciar las relaciones entre hechos aparentemente tan dispares como, por ejemplo, las banales caracterizaciones de los móviles (con multitud de emblemas, tonos o escudos del equipo y la nacionalidad), la existencia de esa plétora de revistas y libros de autoayuda y crecimiento personal o la realidad del empresario que debe la posición en la empresa a sus “habilidades de emprendimiento” o su “inteligencia emocional”.

El problema radica en que todo ese imperio de lo íntimo, de esos trabajos de uno sobre sí mismo, debe expandirse obligatoriamente a costa de otro tipo de relaciones de carácter social y político. Y esto se manifiesta claramente desde el momento en el que una gran disparidad de cuestiones y problemas de raigambre social son tratados desde la perspectiva de la experiencia y percepción estrictamente individual.

Ante todo esto cabe entonces afirmar que la politización de la psicología, lo que obras como “Antipsychologicum” están finalmente planteando, no será consecuente si no tiene lugar complementariamente otro proceso cuya mayor amplitud lo dota de un carácter más complejo y, si cabe, prioritario: la depsicologización de las relaciones sociales.

Reseña sobre "el papel de la psicología"

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